El Tunel De André Lacaze

Trescientos deportados del campo de exterminación de Mauthausen, donde la duración media de la vida era de cuatro meses, desmintieron estos versos de Dante. Salieron vivos de él una mañana de la primavera de 1943 porque eran los más fuertes entre un convoy de 2500 franceses y porque era necesario construir un túnel estratégico en la frontera yugoslava. Eran también patriotas, y ese túnel lo entregaron, a los sones de La Marsellesa, no a sus verdugos, sino a los guerrilleros de Tito.
En Loibl-Pass, su pequeño campo, encaramado en los montes Karawanken, se sabía morir, pero se sabía también reír, cantar, sabotear y devolver los golpes, como en un verdadero ring. El túnel es el relato del calvario y de la resurrección de esos franceses, a los que nada predisponía a unirse. En efecto, eran de todas las edades, desde el abuelo al estudiante, venían de todos los medios, desde el obrero agrícola al director de empresa, y de todos los horizontes políticos. Sin hablar de los truhanes, representados en gran número y cuyo comportamiento frente a la ferocidad de los SS es rico en enseñanzas. Uno de ellos, sin embargo, se había redimido ya mientras purgaba su pena.  Y como, a pesar del degradante corte de pelo y del uniforme de forzado, conservaba su seducción, una linda muchacha, agente de enlace de los guerrilleros, se fijó en él y le ayudó a evadirse.